Cuando hablamos de la economía de un país deberíamos diferenciar dos partes: el tejido productivo y la estructura administrativa que lo soporta, encargada de orientar estratégicamente las acciones, regular frente a los intentos de abuso y redistribuir la riqueza que se produce. Si hiciéramos una analogía con un cuerpo humano, el tejido productivo sería el músculo y la estructura administrativa de soporte sería el esqueleto óseo. ¿Y qué pasa en España?

Por razones que sería muy largo de contar, hemos desarrollado un esqueleto compuesto por demasiados huesos, muchos más de los que realmente necesitábamos. Con la excusa de “acercar la administración al ciudadano”, los organismos públicos fueron medrando pasito a pasito hasta consumir casi el 50% de la riqueza que produce el país, con el problema añadido de que su capacidad de producir es muy escasa y se ciñe a la sanidad, la educación, la seguridad, las infraestructuras, etc., precisamente los lugares en dónde se decidió adelgazar, como luego contaré. La administración cada vez devora más recursos pero produce menos bienestar a los ciudadanos.

Volvamos al pasado. Mientras el tejido productivo del país lograba que el cuerpo se moviera, no había demasiado problema ni demasiadas quejas. Es cierto que la relación productividad/coste del sistema no era la deseable, pero íbamos tirando para adelante y no nos preocupaba demasiado el desfase. El problema surgió a raíz de la aparición de esta tremenda y dolorosa crisis económica, que fue como una enfermedad que atacó al músculo y lo dejó sin fuerzas, atrofiando a todo el país. Después de muchos años de destrucción de empresas, es ahora cuando descubrimos la existencia de una enorme desproporción entre músculo y esqueleto, esto es, que carecemos de tejido productivo suficiente para mover todo este cuerpo y que, además, la gran estructura ósea de la que nos dotamos no hace más que suponer un lastre añadido para cualquier intento de movimiento.

¿Y en dónde están nuestros políticos? En otro “mundo”, desde luego. Se hacen ciertos amagos de reducir masa ósea, enfocados más bien a la galería que a conseguir un ahorro real de costes. Los recortes afectan especialmente al bienestar de los ciudadanos, es decir, a lo poco que el sector público producía a favor de la nación: pensiones, educación, sanidad, infraestructuras, seguridad nacional… Pero sigue quedando en pie buena parte de la enorme estructura ósea que fuimos creando, aquella cuya función era dar soporte a lo demás pero que ahora, cuando ya casi no tenemos músculo, no tiene sentido ni cumple ninguna función. Lo sensato sería poner el interés en disminuir todos estos huesos que no necesitamos, y conjuntamente hacer denodados esfuerzos por ayudar al músculo a recobrar su función para que pueda tirar del sistema. Ayudar al músculo equivale a potenciar la creación de nuevas empresas, ayudar al desempleado a construir su propio modo de vida, reconducir la poca sangre que nos queda –dinero en circulación- hacia las empresas y no hacia el esqueleto, etc.

Pero no tengan demasiada esperanza que esto suceda. Para hacer un buen diagnóstico del problema y proponer el tratamiento adecuado se requiere caer en manos de unos buenos profesionales médicos. La política española fue llenándose de mediocres oportunistas que nada saben de medicina; únicamente buscan cobrar el salario y poco les importa lo que suceda con el paciente: ni saben diagnosticarlo ni saben darle un tratamiento. Lo único que podemos hacer es esperar pacientemente que el propio organismo recupere por sí mismo las fuerzas, cuestión de reposo absoluto y tiempo. En esto llevamos ya cinco años, cinco penosos años que podrían haber sido menos si hubiéramos caído en manos de buenos profesionales. Pero ni el médico de antes ni el de ahora parecen estar por la labor de enfocarse en el músculo y dejar de mimar al esqueleto, que es lo que estuvieron haciendo. Es lo que nos tocó, o lo que quisimos que nos tocara.

Pero finalizo con un mensaje de esperanza; quizá ya estemos cerca de finalizar el periodo de convalecencia. Del mismo modo que “no hay mal que cien años dure”, algún día tendría que llegar en el que nuestra salud comenzara a mejorar. Eso sí; lo que me negaré siempre a admitir es que ninguno de los médicos que nos estuvieron tratando se atribuya el mérito de la mejoría. Ni unos ni otros hicieron nada por acelerar el proceso. La curación se debe a nosotros mismos, a la purga y al sacrificio de músculo enfermo y la regeneración por otro nuevo. Este es mi diagnóstico de la situación económica de este país.

Un cordial saludo y buen fin de semana

JJ