Hoy NO voy a ser políticamente correcto, lo advierto. Voy a hablar de ciertos trabajadores de banca y dar mi impresión general sobre el tipo de actitud que mantienen delante de los clientes. Se tratará de una opinión personal que no tiene por qué ser compartida y admite todas las críticas que os parezca, indudablemente. Vamos a ello.

Mi operativa bancaria la hago a través de la banca virtual y rara vez tengo que hacer alguna operación en una oficina física. Ahora bien, cada vez que ¡¡por desgracia!! me acerco a una sucursal a cualquier cosa salgo con la misma mala leche y la misma pregunta en la mente: ¿qué puñetas les hice yo a estos tipos para que siempre me atiendan con esa cara de amargados? Y no es a mí solo, claro; al que pasó antes que yo, y antes, y antes… y será al que viene detrás, y detrás…

Uno tiene la impresión de que algo le debo a estos señores. Es como si me hicieran un favor por dejarles mi dinero para que lo custodien y les estuviera molestando por pedirles que me hagan un ingreso en cuenta. Quizá sea esto, porque ahora que la banca descubrió que puede ganar dinero pidiendo prestando al BCE al 0,5% y con ese dinero, comprar bonos de los Estados al 5%… ¿para qué narices necesitan a los clientes como yo? Somos individuos que vamos a molestarles con nuestras «chorradas»: que si hazme un ingreso, que si sácame un extracto…

Al principio pensé que tenía mala suerte por haber caído en la sucursal en donde encierran a los «amargados», y por eso probé a cambiar de oficina. Pues nada; erre que erre, la misma cara de mala leche en todos los lados. Pareciera que manejen un manual interno de «trato al cliente» en el que las especificaciones sean: 1) no saludes al cliente 2) no hables con él 3) no le mires a la cara. El empleado que me tocó en el día de hoy cumplió el «programa» al pie de la letra; tanto es así que por primera vez en mi vida me fui de una ventanilla sin decirle su simple «hasta luego». La descortesía se paga con la misma moneda.

Sigo. Otra cosa que me llama la atención es la edad que atesoran algunas de las personas que operan en las ventanillas; burlaron la Ley de Darwin y resistieron todas las glaciaciones, qué duda cabe. Y claro, como provienen de aquellas épocas de la historia en las que no había ordenadores, cuando uno les plantea hacer una gestión que se sale de lo habitual se quedan mirando para la pantalla buscando que aparezca «una estrella fugaz» que les ilumine y les guíe por el camino correcto. Y como no es fácil que aparezca esa señal divina, a los clientes no nos queda otra que esperar y esperar mientras ellos otean cuidadosamente todas las opciones del monitor. Incluso hay ocasiones en las que llaman al de la mesa de al lado: «oye, ¿para dónde tengo que mirar si quiero ver una señal que me oriente en este espeso bosque de oscuridad?

En definitiva; mi impresión personal e «intransferible» es que muchas sucursales bancarias se están convirtiendo en «museos de amargados» en donde moran unos tipejos a los parece que les hacemos un favor por llevarles nuestro dinero. Lo único positivo de todo esto son las lecturas que saco para mis cursos sobre atención al cliente: gracias a ciertos empleados de banca, sé lo que no hay que hacer a la hora de atender al público y así se lo traslado a mis alumnos. ¡¡No hay mal que por bien no venga!!

Ahí les dejo esta reflexión para el fin de semana. Se admiten críticas.

Atentamente

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