A continuación os trasladamos el texto íntegro del artículo que escribimos para el ATLÁNTICO DIARIO y que salió publicado en la edición de este domingo 29 de septiembre:

fuga de talento

Nos estamos habituando a leer noticias referidas a la salida de jóvenes fuera del país en busca de las oportunidades de trabajo que aquí no encuentran. En muchos casos se trata de personas con una alta cualificación profesional que se ven abocadas a la emigración tal y como ya nos sucedió hace medio siglo. ¿Qué estamos haciendo mal para que esta fuga de talento comience a ser una constante?

En el fondo del problema subyace un tejido industrial obsoleto que no cumple las expectativas laborales de los jóvenes bien formados. Podríamos decir que las necesidades de las empresas y la capacitación de las personas siguen ritmos diferentes y desacompasados: mientras los jóvenes aprovechan la oportunidad de obtener una alta capacitación técnica, las empresas siguen ancladas en unos modos de hacer las cosas que no responden a las expectativas de los profesionales altamente cualificados.

Y el problema no está en que los directivos excluyan a los jóvenes licenciados; en no pocas ocasiones nos encontramos anuncios de selección de personal solicitando profesionales de alta capacitación. El problema es lo que sucede después, cuando esas personas entran en las empresas. ¿Realmente pueden desarrollar tareas acordes con sus capacidades? ¿Se permite que las personas valiosas aporten su talento a la organización o, por lo contrario, son dirigidas mediante férreas normas que encasillan y bloquean su talento?

Los puestos de trabajo de buena parte de las empresas siguen respondiendo a paradigmas del pasado: trabajo “automatizado”, reglado, controlado, que penaliza los errores. En desempeños de este tipo no hay demasiado margen para la innovación y el talento, por mucho que quien tenga que ejecutar las tareas atesore una gran valía profesional; lejos de lograr mejoras para la empresa, este modo de gestionar personas acaba matando el talento y provocando un gran daño emocional: burnout -personas quemadas-, boreout -personas aburridas- o simplemente, rotación de personal.

No es de extrañar, por tanto, que muchos de los jóvenes recién licenciados pongan su punto de mira en otros lugares del mundo en los que intuyan más posibilidades de encontrar un trabajo acorde con la cualificación que se posee y en donde se pueda hacer un desempeño sin tantas “limitaciones”. Las consecuencias de esta fuga están claras: formamos personas muy cualificadas pero dejamos que sean otros países los que se aprovechen de todo ese talento. Si tenemos en cuenta que los jóvenes de ahora son los que determinarán nuestra prosperidad el día de mañana, ¿a qué esperamos para actuar frente a esta pérdida de valioso capital humano?

En definitiva. Tenemos unas buenas universidades y contamos con jóvenes con grandes inquietudes intelectuales, capaces de sacar adelante con éxito retos formativos que nos colocan en un gran nivel como país. Lo que necesitamos ahora es modernizar nuestro tejido industrial y renovar los métodos de dirección de las empresas con el claro objetivo de dar cabida a todo ese talento y cumplir sus expectativas de desempeño. En este reto nos jugamos mucho como nación, y ya va siendo hora que se tome conciencia de ello y se actúe en consecuencia.

Un cordial saludo, amigos

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