Si partimos de la premisa de que emprender es tomar decisiones propias mientras que trabajar por cuenta ajena es implementar las decisiones tomadas por otros, no es de extrañar que en este país exista un miedo atroz a hacerse emprendedor: se  carece de las competencias y habilidades imprescindibles para tomar decisiones por nosotros mismos. Estoy generalizando, obviamente, pero quiero centrar el asunto en todas esas personas que llevan mucho tiempo trabajando para los demás y ahora se ven en la tesitura de tener que hacer algo para lo que nunca fueron preparados: emprender.

Una simple reflexión sobre la educación que aportamos a nuestros hijos dentro de la familia nos llevaría a darnos cuenta del poco espacio para la responsabilidad que les fuimos dando desde siempre. Nos daremos cuenta que por culpa de un injustificado afán proteccionista, caímos en el tremendo error de tomar pleno control de las vidas de nuestros hijos hasta marcarles estrictamente todas las directrices de lo que tienen que hacer. Observen además que el funcionamiento de la empresa convencional es exactamente el mismo: “alguien” (los jefes) asumen la toma de decisiones y trasladan directrices a los demás sobre como ejecutar los procesos, dejando a los empleados el rol de implementadores. Las empresas se convierten así, en una continuación de la vida en los hogares basada en los mismos paradigmas de gestión: otros deciden, nosotros ejecutamos.

Si sumamos todos esos periodos, no es extraño toparnos con personas que llevan muchísimo tiempo con su capacidad de decidir totalmente inhibida, cuestión que ahora supone un enorme lastre cuando de lo que se trata es de tomar las riendas de su propia vida. Es lógico, por lo tanto, que afloren miedos atenazadores y que uno se sienta inseguro. Estamos pasando de una etapa en la que todo nos venía dictado a otra en la que de nuestro acierto dependen los ingresos de nuestra familia y la de aquellos que van a trabajar con nosotros. ¡Menuda responsabilidad!

Y esta reflexión nos debe conducir a una conclusión; a la hora de formar emprendedores no es suficiente con pretender aportarles conocimientos técnicos sobre gestión de los negocios: enseñar marketing, estrategia en redes sociales, gestión de personas, etc. es el “después”. Lo primero es el trabajo interior con el individuo orientado a vencer todos los miedos que lleva dentro, ayudándole a que retome esa labor tan importante que nunca le dejamos ejercer en plenitud: decidir por sí mismo. Estamos introduciendo conceptos que se escapan de la pura administración de empresas y nos llevan a disciplinas como la psicología positiva.

Y juntamente con lo que debamos o podamos hacer las personas que ayudamos a los emprendedores, no estaría de más que también volviéramos al origen de todo el problema y sopesáramos la posibilidad de cambiar las cosas allí. ¿Estamos dando la mejor educación que podemos a nuestros hijos? ¿Les estamos preparando para asumir responsabilidades en la vida o, por lo contrario, les estamos inhibiendo sus habilidades para afrontar retos? ¿Es lógico tanto proteccionismo o responde a una paranoia cuyas consecuencias son nefastas para el desarrollo futuro del individuo? Aquí quedan estas preguntas para que cada uno busque sus respuestas.

Un cordial saludo